Sopa de miso (味噌) con algas, setas shiitake y tofu





La cocina con algas era una de mis asignaturas pendientes. Hacía tiempo que había comprado tres paquetes de algas gallegas (kombu, wakame y dulse). Sólo había usado el kombu para la elaboración del seitán casero y la verdad es que me encantó el sabor que le daba, tan intenso. El kombu se puede usar en la cocina vegana como sustituto de los caldos de carne. Así es como se prepara el dashi, que sirve como base a la sopa de miso. Para el dashi no vegetariano se añade también el katsoubushi (atún desecado). Yo probé a comer el kombu, que retiré del caldo, con un poco de aceite de sésamo y sal, y la verdad es que no está nada malo. Básicamente sabe a mar.





A mí que, de pequeña, comía los berberechos escondidos en la arena a la vez que me bañaba, me gusta mucho ese sabor, aunque me da un poco “de cosa” comerme las algas, entre las que nos daba tanto asco bañarnos. Pese a todo, las algas tienen tal cantidad de buenas propiedades, que estoy decidida a introducirlas en mi dieta. El alga wakame, por ejemplo, proporciona vitaminas A, B1, B2 y C, además de sodio, potasio, calcio, magnesio, fósforo, niacina, riboflavina, ácido pantoténico y omega-3. Aquí os dejo un artículo científico, del año 2010, sobre las propiedades antiinflamatorias de las algas. Eso sí, voy a usar algas gallegas, que ya se consiguen en muchos sitios, porque las algas japonesas, después de todo lo que ha pasado en sus aguas, no me inspiran confianza.

Yo no soy de sopas, ya veis que hay pocas en el festín, pero en casa les encantan. Y entre sus sopas favoritas destaca la de miso. No pueden ir a un restaurante japonés y no pedirla. Ya hace mucho que había comprado la pasta de miso. Creo que fue en mi primera incursión en el supermercado Cinco continentes, del sur de Tenerife, que os contaba en la receta de pak choi en salsa de ostras. Desde entonces, la tenía ahí esperando su momento. Alguna vez había preparado la sopa de miso con los sobrecitos que venden. Están bastante bien, así que si no podéis conseguir la pasta de miso, es una buena alternativa para la preparación de esta receta.
  



De todas formas, si podéis conseguir la pasta de miso, os animo a que la compréis. Es muy fácil de usar y el resultado es excelente. El miso es una pasta de soja fermentada. Hay de distintos tipos (rojo, blanco o negro) y podéis usar cualquiera de ellos. El gusto varía. Yo usé el rojo. Una cosa importante es que la pasta miso no se puede hervir, porque pierde sabor, enzimas y aminoácidos, así que preparamos primero la sopa y echamos la pasta ya con el fuego apagado.

Y como en esta receta parecía que iba a usar parte de los productos que tenía aparcados en mi despensa, decidí incorporar también unas setas shiitake desecadas, que había comprado en Makro ya no me acuerdo cuando. El caso es que a mi hijo antes no le gustaban las setas y ahora se ha convertido en un fan absoluto. Comería setas todos los días. Y yo he descubierto recientemente que las setas son otro de esos productos “milagro”, así que también las serviría todos los días.

De esta manera, preparé una sopa que estaba riquísima y con unas enormes propiedades nutricionales. Además llevaba tofu, uno de mis ingredientes favoritos.

Creo que no os he contado todavía la primera vez que probé tofu. Fue en Alemania cuando tenía 19 años. Yo estudiaba segundo de filosofía, en Salamanca, y, como todo buena estudiante de filosofía, me había puesto a estudiar alemán. Como la cosa estaba complicada y no era capaz de articular una frase en condiciones, pensé que sería buena idea pasar el verano en Alemania. Mi padre tenía un amigo que había emigrado a Alemania y se había establecido con éxito. Era el propietario de una cadena de supermercados y un negocio de importación de pescado y marisco de Galicia. Me ofreció un pequeño apartamento que tenía en sus oficinas y hacer unas prácticas en la caja de uno de los supermercados para practicar mi alemán.

La idea me entusiasmó y saqué un billete de autobús para ir a principios de julio de Barcelona a Frankfurt (y otro de Lugo a Barcelona). Suena “heavy” lo del autobús, pero a mí me parecía una aventura y, además, faltaban muchos años para que llegasen las líneas aéreas “low cost”. Aunque lo “heavy” del viaje no fue al final el autobús, sino el apartamento. Era interior en un edificio de oficinas que ocupaba toda una manzana, junto a la Hauptbahnhof (Estación central) de Frankfurt. Por la noche quedaba vacío. Solo veía una luz en una ventana en el otro extremo del patio interior. Pasaba las noches escuchando pasar ambulancias y coches de policía por la calle principal, a donde no daba mi ventana. Creo que ahora me moriría de miedo, pero con 19 años todo se ve diferente.

Cuando planeé el viaje, no conocía a nadie en Frankfurt, pero eso no me importaba. Leí una vez, en un artículo de prensa de Muñoz Molina, que no hay ninguna sensación comparable a pasear por primera vez por una ciudad en la que no conoces a nadie y vas a pasar una larga temporada. Me sentí totalmente identificada con esta idea. Tuve esa sensación mi primer día en Salamanca, en Frankfurt, en Los Angeles, en Toulouse, y me encantó todas las veces. Tantas posibilidades por delante, tantas calles por explorar, tantos amigos por hacer… La causalidad hizo que, poco antes de emprender mi viaje, conociera en Salamanca a unas chicas de Frankfurt.

Yo vivía en un piso de la Plaza del Oeste con mi amiga Mª José. En aquellos años (pre-Bolonia) los alumnos decidíamos todo: las fechas de los exámenes, cuando nos íbamos de vacaciones y ese tipo de cosas. Mis compañeros de clase estaban horrorizados con el examen de lógica y lo habían puesto muy tarde, a finales de junio, como dos semanas después del anterior examen. Yo no necesitaba todo ese tiempo así que me fui a casa de semi-vacaciones y regresé para hacer el examen. Para ahorrarme el dinero del taxi, fui andando (con una maleta sin ruedas) desde la estación de tren hasta la Plaza del Oeste. Por el camino me encontré a una compañera de clase, Rocío, con  dos chicas alemanas que su hermano había cogido haciendo auto-stop. La casualidad quiso que fueran de Frankfurt. Enseguida simpaticé con ellas, especialmente con Bettina, y me dio su teléfono para que la llamara cuando estuviera en Frankfurt. Así lo hice y ese verano se convirtió en uno de los mejores que recuerdo.






Uno de esos días en Frankfurt fuimos a cenar a un chino. Yo no tenía mucha experiencia con esa cocina, así que pidieron ellos. Entre los platos, nos trajeron unas verduras con unos trocitos cuadrados de una pasta blanca. Yo pregunté y me dijeron que era soja. Esto fue un misterio para mí hasta que varios años después encontré el tofu. Toda la soja que yo veía, y que consumí mucho en mis años de Salamanca (cocida o en brotes) no tenía nada que ver con aquellos cuadraditos blancos de Frankfurt. Desde que lo redescubrí se ha convertido en un imprescindible en mi nevera.

Bueno bueno, como me he enrollado. Paso a daros la receta. Las cantidades son para dos litros de sopa. Si queréis menos, podéis hacer la mitad o la cuarta parte.



Ingredientes:
½ taza de algas wakame
50 g de setas shiitake desecadas (o 200 g frescas)
2 litros de agua
3 o 4 trozos de alga kombu
400 g de tofu
100 g de pasta de miso (o 10 sobres de preparado de sopa miso)






El día anterior ponemos las setas a remojo en agua para que se rehidraten.




Cuando vamos a empezar a preparar la sopa, ponemos las algas wakame en agua para que se rehidraten también.

Ponemos en una cazuela dos litros de agua con las algas kombu. Ponemos a fuego muy suave para que se caliente lentamente.









Picamos el tofu en taquitos. Escurrimos las setas y partimos en trozos las más grandes.








Cuando el agua está a punto de hervir, retiramos el kombu. Cogemos una taza de agua y reservamos (para diluir después el miso).

Escurrimos las wakame.

Añadimos al caldo, el tofu, las setas y las algas wakame. Dejamos hervir 10 minutos.








Diluimos la pasta de miso en el caldo que teníamos reservado. Apagamos el fuego y añadimos el miso al caldo. Mezclamos y servimos.














Podemos conservarlo en la nevera y calentar, sin que llegue a hervir, antes de comer.









Comentarios

  1. Vaya aventura la de Frankfurt!! Yo me hubiera muerto de miedo en aquel apartamento aún con 19 años... jajajajaj
    De todas formas esos son los viajes que uno recuerda más, lo que tuviste que hacer sola siendo joven y sin tener ni idea de nada ;)
    La sopa se ve muy rica, lo que en Rotterdam no sé dónde buscar las algas. Encuentro muchos súpers con cosas árabes, turcas, etc... pero japonesas, no he visto todavía. Será cuestión de seguir buscando :)
    besos

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    Respuestas
    1. Pues no conté más detalles, pero en el portal por donde entraba al edificio había una pizzeria por donde me tenía medio que meter para coger el ascensor. Los de la pizzeria tenían una pinta rara y, cuando llegaba de noche, siempre me decían cosas. Era lo peor, pensar que sabían que estaba allí sola.

      Si no encuentras las algas, te puedo mandar. No pesan nada.

      Hoy me llegó la actualización diaria de blogovin con tu plato y el mio. Quedan muy bien juntos!!!

      Un beso,

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